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Nueve días, más de 200 kilómetros, un par de zapatos cubiertos de arena, unas gafas de sol, muchos sentimientos y todavía más pensamientos. Este es el más breve resumen de mi aventura de este año, de Camino de Santiago.

Es un tipo de peregrinación pero ¡ojo!  Se puede hacer por motivos religiosos u otros. Como dice el diccionario de la Real Academia Española:

PEREGRINO: “Dicho de una persona: Que anda por tierras extrañas.”

Hay muchas vías del Camino,  que corren por cada país de Europa, incluso por Polonia, y terminan en Santiago de Compostela, España. La ruta más conocida y la más antigua es la del Camino Francés (porque empieza en la frontera con Francia). Fue creada por Alfonso II, rey de Asturias, que también ordenó construir una catedral en lugar donde había los restos del apóstol Santiago el Mayor. Ahora este edificio es un símbolo de España, de peregrinos y de descanso al fin del camino.

En la Edad Media y el Renacimiento la gente que hacía el Camino de Santiago entraba en España con un gran tesoro. Con nuevas telas, nuevas costumbres, nuevas especias, nuevas lenguas y nuevas historias. España se desarrollaba gracias a los peregrinos que traían pequeñas partes del mundo exterior. Ahora en el Camino pasa lo mismo pero, más que el país, se desarrolla la gente. Yo conocí  a muchas personas de diferentes países y culturas. Unas de Alemania, de Bélgica, de Argentina, de Puerto Rico, de Estados Unidos. Unos eran católicos, otros ateos, otros budistas. Cada persona tenía algo interesante que decir, tenía una historia que me hacía pensar, una canción que se metía en la cabeza.

Pasé muchos momentos inolvidables con esas personas, pero hubo uno mejor de otros. Estábamos sentados en el centro de la plaza de la catedral en Santiago. Un amigo nuestro de Francia estaba tocando la guitarra y una amiga mía de Polonia y yo estábamos charlando. De repente se nos acercó una mujer y empezó a hablarnos en polaco. Era una colombiana que había vivido 4 años en Varsovia, Polonia. Nos preguntó si podríamos cantar Mury de Jacek Kaczmarski (nos había oído antes cuando lo cantábamos). Le pedimos a Antoine que tocara L’estaca de Lluis Llach (es la versión original de Mury, es que el músico catalán regaló esta canción a Kaczmarski y él creó una versión polaca). Y así pasamos los 5 minutos siguientes cantando en España una canción polaca con una colombiana, acompañados por la guitarra francesa que sonaba una melodía catalana.

Las experiencias así unen mucho a la gente. Cuando caminas 30 kilómetros hablando todo el tiempo con 2 ó 3 personas se crea un lazo muy fuerte entre vosotros. Cuando les cuentas la historia de tu vida, cuando ellos te dan un poco de agua, cuando descansáis juntos en la sombra de un árbol bebiendo una cerveza bien fría. Son cosas pequeñas que no se olvidan nunca.

Otra cosa que me gustó mucho en el Camino era que lo podía hacer cualquiera. No importa qué edad tienes, si eres rico o pobre, etc. Había etapas en las que vi gente mayor caminando sin quejarse. Esto me impresionó. Cuando ves a alguien que ya no debería tener tanta fuerza como tú y es mucho más perseverante en el camino, empiezas a pensar y paras de quejarte. Sigues caminando con una sonrisa muy grande y muy fuerte. Tampoco tienes que preocuparte tanto por el dinero. El alberque en el que duermes esta noche cuesta 3 euros, polideportivo de mañana sólo 1,5.

Además puedes empezar el camino donde quieras, lo único importante es que siempre se debería hacer los últimos 100 kilómetros seguidos. Mis amigos y yo empezamos en Ponferrada y pasamos 9 días caminando hasta Santiago. Y ahora para mí no es lo suficiente. No porque alguien me haya dicho que es poco, no, no, no. Es mucho, pero yo quiero más. Quizás el año que viene vuelva a hacer el Camino y empezaré más lejos y llegaré al finisterre (antes la gente creía que la costa española en el Océano Atlántico era el fin del mundo, los peregrinos que llegaban allá se bañaban desnudos en el agua y después ponían ropa nueva para empezar una vida nueva, sin pecados y cosas malas del pasado). Ojalá sea posible porque no hay nada que te de más alegría que llegar a la catedral, pasar por esta, abrazar al apostol con lágrimas en los ojos. No hay nada que te haga más feliz.

Esta aventura me dio muchas cosas. Tuve tiempo para pensar en mi futuro, en mi familia, en mis amigos, en mí misma. Se me recordó cuánta alegría me daba tocar la guitarra, se me recordó cómo es cuando no se te quita la sonrisa. Ahora estoy un poco más tranquila y más feliz. Y estoy segura de que esto no se me va a olvidar pronto. Todas las personas que conocí me van a recordar cada día lo bien que pasamos esos días.

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