
Es sábado y hace casi un mes que no os ofrecemos lecturas de esos autores que navegan por Amazon, esos autores que se acercan a nuestra revista para ofrecernos sus letras y sus palabras. Cambiamos de día pero no de importancia ni de calidad. En la novena entrega tenemos a la escritora Mayte F. Uceda.
Rompiendo la manera de presentación os presentamos primero una sinopsis de la obra que nos presenta Mayte, porque las historias presentan por sí solas a las personas.
SINOPSIS: LOS ÁNGELES DE LA TORRE
Eva Martín es una joven de veinte años que trabaja de camera en el bar de su amigo Hugo. Una noche, un anciano que ha bebido demasiado le revela una verdad demoledora: su padre, al que nunca conoció, no es un ser humano corriente, es un hijo de Lilith, aquella que es nombrada en los Evangelios Apócrifos como la primera mujer sobre la Tierra. Tras asimilar la verdad, los acontecimientos se suceden con rapidez y Eva también descubrirá el poder sobrenatural que alberga en su interior, el mismo poder que desatará la codicia de algunos seres oscuros, dispuestos a todo para llegar hasta ella.
Los hermanos Eriksson son enviados desde Norland con una misión: protegerla de cualquier amenaza. Daniel es amable y comprensivo; Jon es frío y perverso. Ambos despertarán sentimientos en la joven Eva, emociones desconcertantes que no sabrá manejar, porque los Lilim son los seres más hermosos de la Tierra, los descendientes de la primera mujer y los ángeles expulsados del Paraíso.
BIOGRAFÍA
Estudió Informática de Gestión y tras vivir unos años en Madrid regresé a Asturias para afincarme de forma permanente en un pueblo marinero a orillas del mar Cantábrico.
Desde siempre ha sentido la necesidad de expresarse, y lo ha hecho a través de la música, la pintura o la escritura. En el año 2011, y tras casi dos años de trabajo, terminó mi primera novela: “Los Ángeles de La Torre”, una obra destinada al público juvenil y muy en la línea de las grandes sagas de actualidad. Un año más tarde decide autopublicarla en Amazon, en formato digital. La novela ha ocupado durante meses los primeros puestos del ranking de Amazon en la categoría de Fantasía, terror y ciencia ficción, llegando a posicionarse en el número uno.
En la actualidad compagina sus quehaceres diarios con el desarrollo de su segunda novela y los estudios de Grado en Educación Social.
Os dejamos con un FRAGMENTO y al final más información sobre ella.
Gotas de sudor se deslizaban por mi frente cuando desperté. Notaba el pelo pegado a la nuca y sentí frío. No deseaba volver a dormir; eran ya las siete y una claridad incipiente anunciaba el amanecer. Me dolían los músculos; cada uno de ellos, incluso alguno que ni siquiera sabía que tenía. El sofá de nuestra casa no era el mejor lugar para pasar la noche. Una ducha larga mejoró el estado de mi cuerpo. A pesar de lo apesadumbrada que me encontraba y de que mi pulso no era firme, no tuve más remedio que dedicar varias horas a bordar el vestido de Graciela.
Mientras permanecía pacientemente sentada, acometiendo con finas puntadas plateadas el traje de la farmacéutica, elaboré un plan. Lo primero que haría sería visitar a Matías; si era verdad que sabía quién era mi padre tendría que decírmelo sobrio. Luego iría a La Torre; mi madre me debía una explicación. Tenía derecho a saber algo de mi padre, lo necesitaba ahora más que nunca.
Después de tres largas e interminables horas de minucioso bordado, ya no pude más. Me cambié de ropa y fui en busca de Matías.
El anciano vivía en una de las pocas casas que había en La Atalaya, en las inmediaciones de La Torre. Era una zona barrida por el viento del oeste cuando los temporales azotaban la costa, así que eran muy pocos los que decidían instalarse allí. Claro que La Torre quedaba amparada de los fuertes vientos por los gruesos muros que aún resistían los embates de las temidas galernas.
Imaginé que Matías estaría todavía durmiendo la mona. Pero no me importó; este era un asunto urgente que no podía esperar. Solamente me preocupaba enfrentarme a Rosa; siempre había sentido una antipatía visceral por esa mujer.
Detuve el coche delante de la deteriorada casa de dos plantas. Su estado hacía evidente que llevaba años sin recibir una mano de pintura. En el reducido porche, la débil luz de un farolillo, que sin duda alguien se había olvidado de apagar, brillaba levemente. Una brisa ligera me hizo ser consciente de la poca ropa que llevaba encima. Estábamos a principios de noviembre y el aire empezaba a tornarse más fresco, advirtiendo de la proximidad del invierno.
Llamé a la puerta, y esperé.
Nadie respondió.
Volví a llamar, esta vez con más energía.
Nada.
Me resistía a marcharme, y me quedé unos minutos plantada delante de la puerta. La espera me estaba desquiciando los nervios. No podía oír ni el más tenue sonido que indicara que había alguien en la casa.
Al final, me resigné y me metí de nuevo en el coche.
Pero antes de arrancar el motor, el leve movimiento de una cortina llamó mi atención. Salí disparada y aporreé la puerta con todas mis fuerzas.
Para mi sorpresa fue Matías en persona quien la abrió. Tenía el escaso pelo blanco totalmente despeinado. Me miró con los ojos entrecerrados por la claridad exterior, como si unos cuchillos afilados le perforasen las córneas.
—¿Qué quieres? —preguntó, confundido y somnoliento.
—Lo siento si te he despertado —balbuceé.
—Sí, lo has hecho, así que espero que sea importante —dijo con rudeza, rascándose la barba.
Durante unos instantes no me atreví a hablar.
—¿Me vas a decir de una vez lo que quieres, Eva? —me apremió.
Su tono áspero consiguió enfadarme, dándome el empuje necesario para preguntar.
—¡¿Cómo que qué quiero?! —exclamé—. ¡Quiero una explicación! Después de lo que me dijiste anoche, ¿cómo puedes pensar que me iba a quedar tan tranquila?
—¡No la dejes entrar, Matías! —chilló Rosa desde algún rincón de la casa—. ¡Nos traerá problemas!
—Eva, no quiero ser maleducado, pero no recuerdo haber hablado contigo anoche —murmuró, llevándose una mano a la cabeza, como si una prensa hidráulica estuviera estrujándole el cerebro.
—¡Pues lo hiciste! —dije al borde de las lágrimas—. ¡Me hablaste de mi padre y vas a tener que explicarte mejor!
Rosa apareció en la puerta con los ojos desorbitados, mirando con furia a su marido.
—¿Se puede saber qué le has contado? —escupió con inquina.
—Yo… —balbuceó Matías con la mirada perdida—, no lo recuerdo, estaba completamente borracho.
Su expresión había cambiado, y ahora se mostraba atemorizado.
—¿Por qué será que no me sorprende? —le recriminó su esposa.
—Matías, por favor, tienes que contármelo —supliqué—. Ayer dijiste que conocías a mi padre…
Un terrible nudo en la garganta me impidió continuar. Tragué saliva varias veces mientras me humedecía los labios resecos por la ansiedad, y me di cuenta de que era inútil; no sacaría ni una palabra de ellos.
Matías trató de hacer memoria; cerró con fuerza los ojos y se frotó la frente. Luego me miró con cierta resignación.
—Yo… no creo haberte dicho que lo conozca, Eva…, sino que sé quién es —me corrigió.
Parecía un tanto turbado, seguramente por tener que confesarme algo que de estar siempre sobrio nunca habría hecho.
Rosa volvió a la carga, arremetiendo contra él a base de maldiciones y lamentos, de insultos y de quejas hacia su marido.
El rostro de Matías se tensó. Apretó la mandíbula y encaró a su mujer.
—¡Rosa! —exclamó mientras levantaba el dedo índice justo delante de su cara—. Nunca he tenido agallas para enfrentarme a ti. Pero si tengo que hacerlo en este momento… ¡lo haré! y juro por lo más sagrado que te retorceré el cuello como a una gallina si te interpones.
Las duras palabras de Matías cogieron desprevenida a su esposa.
—¡Vas a hacer que nos maten! —le gritó. Luego subió las escaleras hacia el primer piso tan rápido como pudo.
—¡Hace mucho que yo ya estoy muerto, pero por alguna extraña razón aún sigo respirando! —le respondió él en el mismo tono mientras la veía desaparecer. Cuando recuperó el aliento, se volvió hacia mí de nuevo—. Ven, hija, salgamos de esta casa.
Caminamos durante unos minutos por un sendero zigzagueante. Altos helechos bamboleados por el viento salpicaban el paisaje cubriéndolo de verdor. La brisa se intensificaba a medida que nos acercábamos a los acantilados. El frío se me coló entre la ropa.
Llegamos a un claro de escasa vegetación donde únicamente se distinguía un viejo pino de forma cónica. Allí, al pie de su tronco áspero y rugoso, nos sentamos. Una ardilla curiosa nos observó desde la distancia, pero no pareció incomodarle nuestra presencia.
—Este es mi refugio —dijo dirigiéndome una leve sonrisa—. Rosa nunca aparece por aquí, por eso me gusta tanto.
Las vistas eran conmovedoras. Desde allí se alcanzaba a dominar gran parte de la costa, tanto al este como al oeste. A lo lejos, podían divisarse diminutos puntos en movimiento; eran algunas lanchas que habían salido a faenar. Leves rizos blancos adornaban la superficie marina.
Mirando hacia el este se alzaba, no demasiado lejos, La Torre. La observé ensimismada; la vieja torre vigilante sobresalía con altivez por encima de los árboles que la rodeaban.
—Es cierto —dijo de pronto Matías—. Tu padre es uno de los señores de La Torre.
Lo miré estupefacta y notablemente conmocionada por sus palabras.
—¿Pero… tú…? ¿Cómo lo sabes? ¿Estás seguro? ¿Cómo es posible que mi madre haya aceptado ese trabajo si…?
—Tu madre no lo sabe —me interrumpió mientras jugueteaba cabizbajo con las agujas secas de pino que cubrían el suelo a nuestro alrededor.
—¡¿Qué?! —exclamé.
—Yo solamente puedo contarte lo que Tomás me confesó, que no es mucho. Era una persona muy reservada y recelosa de los asuntos de su trabajo. Solíamos vernos de vez en cuando, salía pocas veces de La Torre y nos dedicábamos a beber y a hablar de cosas banales. Cada uno teníamos nuestros propios problemas.
Se quedó pensativo unos instantes. Cerró los ojos y dejó escapar un leve suspiro antes de continuar.
—Una noche, estando los dos borrachos como cubas, me confesó que uno de los Eriksson había tenido una hija con una mujer del pueblo; con tu madre. No me contó más detalles, o al menos yo no los recuerdo. Tan sólo me dijo que ella desconocía por completo quién era él realmente. Tuvieron una relación fugaz, y después él se marchó. Eso es todo.
No supe qué decir, me limité a mirar al hombre consumido que tenía delante de mí, sopesando hasta qué punto podía dar crédito a sus palabras. Una parte de mí quería creerlo, había deseado tanto saber quién era mi padre… Pero esta realidad no se parecía en nada a lo que me había imaginado.
—No sé si puedo creerte, Matías. Me parece una locura —murmuré. Luego me asaltó una terrible duda—. ¿Los Eriksson son mis… parientes?
—No lo sé, Eva, supongo… Pero eso tendrás que descubrirlo tú. Yo sólo sé la historia pasada.
Miré al horizonte con el gesto descompuesto mientras mi mente trataba de digerir semejante declaración. Estaba absorta en un amasijo de confusión cuando el anciano volvió a hablar.
—Pero todavía hay más —dijo con un tono lúgubre en la voz.
Permaneció unos crueles segundos en silencio. Creo que sopesaba el hecho de contármelo o callar. Tuve que animarlo a que continuara.
—Vamos, Matías, habla, después de todo no creo que puedas sorprenderme aún más.
—Yo no estaría tan seguro —objetó.
—¿Qué es? —pregunté revolviéndome, inquieta.
—Verás, aquel día Tomás no sólo me reveló quién era tu padre… —vaciló—, me contó cosas… —Se puso tenso de repente y sacó un pañuelo del bolsillo de su chaqueta para limpiarse el sudor de la frente; se diría que necesitaba un trago—. Es verdad que estábamos los dos bastante borrachos —continuó—, así que puede que simplemente sean supersticiones de pueblo. Pero creo que debes saberlo.
—¡Por todos los cielos, Matías, me va a dar algo si no hablas ya!
Apretó el pañuelo dentro de su mano, tratando de controlar un súbito temblor. Cuando logró dominarlo, prosiguió.
—Tomás contaba cosas extrañas… Decía que los Eriksson no eran de este mundo, que no eran los hijos de Eva.
Lo miré sin comprender.
—¿Y eso qué significa?
Volvió a limpiarse el sudor de la frente. Su nerviosismo estaba empezando a preocuparme.
—No estoy muy seguro, pero él insistía en que eran los hijos de Lilith.
—No lo entiendo. ¿Quién es Lilith?
—Yo le pregunté lo mismo, pero él sólo me contestó: «pregúntale al padre Urbano, él te dará una respuesta».
—Vamos, Matías, parecen fantasías de borracho. Te sorprendería la cantidad de incongruencias que he tenido que escuchar en el bar.
—Sí, yo mismo me siento un tanto ridículo al contarte esto —dijo mientras se guardaba el pañuelo en el bolsillo—. Pero tenías que haber visto la cara de Tomás… Estaba completamente desencajada. No la olvidaré mientras viva.
—¿Le preguntaste al padre? —quise saber.
—Un día fui a confesarme, tanta borrachera me hacía sentir un miserable y necesitaba estar en gracia de Dios. Hacía más de veinte años que no hincaba los huesos en el reclinatorio, y el padre Urbano se alegró de verme. Antes de darme la absolución por mis faltas, le confesé lo que Tomás me había contado. Por supuesto no le dije nada de tu padre, pero sí le conté el resto. Quise saber el significado de las palabras de Tomás…
Matías enmudeció, y yo contuve la respiración. Mi corazón se empezó a acelerar de impaciencia.
—Verás —continuó—, el padre Urbano me contó que en algunos escritos de la literatura hebrea, Lilith aparece como la primera mujer, antes que Eva, hecha de arcilla, igual que Adán, pero que nunca acató la orden de sumisión que se le había impuesto, se rebeló y abandonó el Paraíso. Fuera de él se entregó a la lujuria con ángeles caídos y engendró muchos hijos, llamados Lilim. Tres ángeles puros fueron enviados para hacerla regresar, pero ésta se negó. Entonces el Cielo castigó a Lilith con la muerte de cien de sus hijos. En respuesta, Lilith proclamó que se vengaría derramando la sangre de los hijos de Adán. No obstante, anunció que respetaría a aquellos que portasen el nombre de los tres ángeles que habían ido en su busca.
Mi mano se posó instintivamente sobre el camafeo. Para Matías este fue un gesto que pasó inadvertido. No podía imaginar que de mi cuello colgaba la imagen de tres ángeles tallados en blanco nácar. En el dorso, tres nombres: Senoy, Sansenoy y Semangelof.
No pude evitar un escalofrío. Matías volvió a limpiarse el sudor de la cara. Después enfrentó mi mirada con cautela, intentando adivinar mis pensamientos.
Pero mis músculos se negaban a responder.
—Si te hace sentir mejor —añadió—, te diré que el padre Urbano le quitó importancia al asunto. Me dijo que era un cuento fascinante, pero un cuento sin más, que no malgastara mis pensamientos en esas supersticiones que no hacen más que perturbar el alma de quienes caen en ellos.
Seguí sin poder articular una palabra, porque a mi mente acudieron fugazmente algunos detalles que me habían pasado desapercibidos. Recordaba que Jon Eriksson había mencionado algo sobre mi nombre, algo que ahora cobraba significado. Había dicho: «Eva, la primera mujer sobre la faz de la Tierra, para algunos...» Sí, lo recordaba a la perfección. Luego estaba el extraño cuadro del ángel de la biblioteca. Sin duda, los Eriksson parecían fieles seguidores de ese tipo de literatura. Yo misma tenía un camafeo que había pertenecido a mi padre con la imagen de tres ángeles.
Todo era muy raro. Comencé a sentirme mareada.
—¡Eva! —Matías apoyó su mano en mi hombro—. ¿Estás bien?
—Estoy un poco mareada, eso es todo.
—No es de extrañar, pobre niña. Te he asustado.
—No sé si creer una palabra de todo lo que me has contado, pero has conseguido helarme la sangre.
—Hay otra cosa —dijo inesperadamente.
—¿Más? No sé si podré soportar más información, Matías.
Me miró fijamente.
—Debes saberlo…
Le devolví la mirada con desgana.
—Tomás no dejaba de repetir que un día ellos volverían a buscarte.
Oír aquello me hizo pegar un salto.
—¿Para qué les puedo interesar yo?
—No lo sé. Pero yo ya te he contado todo lo que sabía. El resto tendrás que averiguarlo por ti misma.
Un pensamiento repentino me hizo sentir vértigo.
—¿Crees que mi madre corre algún peligro en La Torre?
—Hasta donde yo sé los caseros de La Torre siempre han tenido una larga vida, y no creo que tu madre sea una excepción. Yo ya soy muy viejo, pronto cumpliré los ochenta, Tomás me sacaba casi treinta años, pero estaba como un roble, y Amelia ya habrá cumplido los cien.
—Ciento uno —apunté.
—Exacto, y mi padre contaba que los anteriores caseros también llegaron a centenarios. ¿Casualidad? No lo sé, pero no es normal. Ahí hay algo raro, Eva, no lo dudes. Pero yo estoy muy bien sin saber nada más. Así que, sea lo que sea que averigües, por favor no vengas a contármelo. Yo ya no estoy para sustos. Pero tú eres fuerte y… —se detuvo, vacilante— su sangre corre por tus venas —concluyó.
La piel se me crispó al oír esas palabras.
—Por eso mismo creo que son supersticiones estúpidas. Si es verdad que yo llevo su sangre, ¿ves en mí algo raro?
—No, hija, y puede que tengas razón y no sean más que tontas supersticiones —dijo mientras se levantaba.
Lo imité, y volví a contemplar el paisaje. Las lanchas del horizonte habían desaparecido. Tan sólo en lo más lejano, rozando la raya que separa el profundo mar del cielo, se podía divisar un enorme carguero que se desplazaba lentamente.
—Me gusta tu refugio.
—Pues es todo tuyo —dijo tratando de animarme.
—¿Me dejas compartirlo contigo?
—No, querida, desde ahora te lo cedo. Creo que es hora para mí de marcharme de este pueblo o acabaré muerto de una borrachera en cualquier esquina. Una manera muy poco digna de morir, ¿no crees?
Hablaba mientras contemplaba con aire de nostalgia el hermoso paisaje de la costa abrupta.
—¿Adónde irás? —quise saber.
—Tengo una hermana en el extranjero que ha enviudado hace poco. Se alegrará de verme —dijo, sacudiéndose las agujas de pino atrapadas en la ropa.
—¿Y Rosa? —pregunté casi adivinando la respuesta.
—Francamente, Eva, no me importa.
Al decir esto, Matías aparentaba ser un hombre nuevo, un hombre resurgido de sus propias cenizas entoldadas por litros de alcohol y de miserias. Parecía haberse quitado un gran peso de encima y, en ese momento, tuve la certeza de que no volvería a verlo.
—Mucha suerte, Matías —le deseé con sinceridad antes de marcharme.
—Lo mismo te deseo, pequeña, y que Dios te bendiga.
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Para más información visita su página oficial: http://losangelesdelatorre.com
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Un placer ir conociendo a los integrantes del grupo, sus obras y sus quehaceres diarios. Muy escueta, por otra parte nuestra Mayte, porque no dice el nombre del pueblo, pero en fin, habrá que conformarse.
Gracias por la oportunidad de participar en vuestra revista. Es una forma innovadora para que lectores y escritores se encuentren. Un saludo.
He leido esta fantastica novela de Mayte Uceda y puedo recomendarla sin reserva alguna. Mayte sabe escribir con pulcritud y dominio de la kengua nanteniendo siempre la atencion del lector. Su carrera tendra un largo recirrido.