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Hemos acabado el verano pero aún nos quedan algunos autores por presentaros. Quizá ahora hay menos tiempo para leer pero el placer de hacerlo nunca hay que dejarlo. Además, puede ser un buen remedio para combatir el estrés.

Hoy os presentamos a José Luis Palma Gamíz, un andaluz de mediados del siglo pasado que fue a nacer en Lucena (Córdoba).

Usando las palabras que él mismo utiliza para describirse dice que nunca se ha considerado un un escritor de escuela académica, que  sido más bien un francotirador del lápiz y el papel, y continúa diciendo que ha sido y sigue siendo un empedernido lector de todo lo que se tercie y sobre todo un observador de la vida, que le permite ir tomando ideas y escenas de aquí y de allá para construir, luego, entramados de símbolos literales para, por encima de todo, disfrutar de esos momentos íntimos que comparte, celosamente, sus personajes y con él mismo. Y para terminar, nuestro autor de hoy añade una frase de Benedetti: “Fui haciendo del leer una costumbre, sembrado de palabras la memoria, quedándome a solas con la pluma”.

La obra que os presentamos hoy y que podéis adquirir en Amazon se llama El paciente de el Pardo.

Algunos comentarios a la obra:

Paul Preston: “José Luis Palma era un cardiólogo de treinta y un años y, precisamente debido a esa relativa juventud, su fascinante libro «El Paciente de El Pardo» aporta una visión más fresca, respetuosa con todos los protagonistas de su relato, pero sin la carga de la reverencia a Franco que impregna las páginas de otros. Su libro es también notable por la calidad literaria, la claridad y el realismo con que está escrito.

Luis María Ansón: ¡Qué atrocidad! Con grave acento de verdad, el doctor Palma cuenta minuciosamente todo lo que ocurrió desde el Consejo de Ministros de octubre hasta que el dictador pronunció sus últimas palabras, así como la agonía espeluznante de los días finales. Se trata de un libro sobrecogedor, muy bien escrito, con una literatura transparente y eficaz

Victoria Prego: He aquí un testimonio impagable, en primera persona, de uno de los testigos, y en cierta forma protagonista, del acontecimiento de mayor trascendencia política después del término de la guerra civil española: la muerte de Franco. José Luis Palma ha escrito un libro con doble dimensión y doble valor: por un lado un relato apasionante, lleno de tensión dramática, muy bien escrito, con calidad literaria; y por otro, un testimonio de altísimo valor histórico que pasará a ocupar un lugar preferente entre los documentos que contribuyen a iluminar aquel pedazo crucial de la vida de España.

SINOPSIS: EL PACIENTE DE EL PARDO

En «El paciente de El Pardo» el autor, como médico del equipo que atendió en su larga agonía a Francisco Franco, narra minuciosamente los hechos acontecidos en aquellos atribulados días que mediaron entre el 15 de octubre y el 20 de noviembre de 1975, incluida la escena de la muerte.

Portada de El paciente de El Pardo

CAPÍTULO IV

El dormitorio estaba sumergido en la penumbra de siempre. El carillón de un reloj de mesa acababa de dar sietes golpes monocordes como si las horas estuviesen encalladas desde siempre en el ambiguo recuerdo de sus nostalgias. La tarde había declinado y un crepúsculo efímero se dormía en los brazos de una noche prematura y larga. El paciente por consejo de su hija ya se había acostado. Los médicos, acompañados del yerno, entraron en el dormitorio uno tras otro. Ya no había forma de parar el obstinado ventarrón de la fatalidad que se colaba indómito por donde nadie quería.

Primero pasó Cristóbal, luego lo hizo Pozuelo, luego Vital y al final Isidoro. Carmen ya estaba dentro cuando se instaló el cortejo. Caminaban muy despacio, como levitando sobre sus pasos para evitar el ruido. El ambiente denotaba tristeza y decadencia. La herrumbre de los tiempos había vuelto quejumbrosos los resortes de los muebles y las bisagras de las puertas al abrirse. En un rincón se recortaban inmóviles las siluetas de Juanito y la enfermera. La cama era grande, de caoba, con bellas incrustaciones de marquetería y ribetes dorados. Junto a ella había otra igual donde dormía la señora. Entre ambas, un crucifijo de marfil de grandes proporciones colgaba de la pared. La agonía del Cristo en expiración lanzaba vapores de duelo sobre aquel ambiente casi fúnebre, enturbiándolo. Quizá nadie se daba cuenta de aquello, salvo, claro está, el propio enfermo que estaba al tanto de todo aunque diese la impresión de estar siempre como ausente. Lo había hecho siempre. Era su particular forma de comportarse. Así podía descolocar a sus adversarios más fácilmente. Muchos decían: “Este hombre es muy mayor, no se entera de nada, lo tienen engañado, secuestrado en palacio…” Los que así decían hablaban por boca de ganso. Nada escapaba al control del general, por más que Arias y algunos de sus “incondicionales” se empeñaran, “con cariño y lealtad”, en apartarlo de sus funciones.

Al fondo del dormitorio, una puerta comunicaba con un baño de aspecto limpio y antiguo. Frente a las camas se situaba la gran cómoda sobre la que descansaba el relicario con el brazo incorrupto de la santa. Todo era sobrio y aséptico. Todo era triste y hasta un punto sobrecogedor y melancólico. Era, sin duda, la habitación de un hombre viejo y austero, de un militar trasnochado, tal vez.

––Excelencia ––empezó diciendo el cardiólogo mientras le controlaba un pulso irregular salpicado de extrasístoles ––los síntomas que ha tenido la pasada noche han sido algo más que un corte de digestión. Así nos lo ha confirmado el electrocardiograma que se le ha hecho esta mañana.

El paciente, desde el fondo de su parpadeo incontrolable, le miró impasible mientras elaboraba mentalmente la noticia que acababan de darle. Se tomó algún tiempo antes de responder:

––¿Qué ha sido, entonces?

––Bueno ––carraspeó el cardiólogo ––tenemos que esperar el resultado de los análisis ––argumentó sin convencimiento tratando de  ganar tiempo. Todo hace sospechar que ha podido sufrir una crisis cardíaca, una crisis de insuficiencia coronaria, para ser más exactos – añadió. No es grave ––continuó poniendo escasa convicción en lo que decía ––pero ahora las circunstancias le van a obligar a guardar cama por unos días hasta que el diagnóstico se aclare y su Excelencia se reponga.

––Me encuentro bien. No necesito reponerme de nada. Hace un par de días pasé una gripe pero ya me siento bien del todo –– dijo.

––Sí, seguro que se encuentra bien, pero; aun así, por ahora

debería de considerar que el reposo y el alejamiento de sus actividades y compromisos es muy recomendable para su salud.

––Eso es más que imposible ––dijo el paciente con voz filiforme y quebrada. Tengo bastantes ocupaciones entre manos y muchos quebraderos de cabeza que no puedo delegar en nadie. Habrá que esperar unos días para hacer lo que usted dice.

––Excelencia ––dijo Vital tratando de ser más claro y expeditivo. Usted no está ahora para nada. Quiero decir que no está para llevar la vida que lleva. Ni siquiera por su edad debería. Lo que ha tenido ha sido algo serio que podría ir a más si usted no se cuida. Debe suspender todas sus actividades y guardar cama por unos días. Tampoco será muy largo, pero para lo que ha tenido el reposo es más importante que las pastillas que le podríamos dar. Es más –– añadió el cardiólogo con un punto de brusquedad ––; no solamente no debe de trabajar sino que tiene que estar en la cama y además muy sedado, medio atontado para evitar que los disgustos le perjudiquen aun más. Tiene que desentenderse de todo, desconectar ––concluyó tratando de dulcificar un poco la expresión algo desafortunada que acababa de pronunciar.

Un silencio espesó el aire sin que nadie se atreviese a dar el paso que inexorablemente venía después. Una corneta lejana llamó a retreta para cumplir las ordenanzas de los cuarteles cercanos. Luego tocó a oración y luego a difuntos. Todo un presagio. El paciente, alertado por el sonido militar buscó anhelante la mirada de su hija.

––Tienes que hacernos caso papá, ––terció Carmen– Vital y Cristóbal tienen razón. Será por pocos días. La gripe no ha pasado tan deprisa como creíamos y como te dicen los médicos, parece ser que te ha tocado un poco las coronarias. No es que sea grave ––insistió tratando de contrarrestar, en cierto modo, el tono áspero de Vital ––, pero ya te han dicho que lo más importante es que descanses y te olvides de tus obligaciones por unos días. Tiempo habrá para todo.

Ninguno de los allí presentes se atrevía a pronunciar la palabra infarto, era un término tabú que luego seguiríamos evitando, al menos durante los primeros días, en aquellos indescifrables primeros partes.

––Háganos caso Excelencia ––intervino el yerno, es sólo por vuestro bien. No será tan largo como ahora os parece.

––Mi general ––terció Pozuelo––, ya lo hemos hablado este mediodía. Olvídese de todo y de todos. Unos pocos días no significan nada en toda una vida de dedicación y sacrificio. Todos lo entenderán.

––No puedo ––dijo resueltamente el paciente tratando de liberarse de aquel angustioso ataque. Hoy es jueves. Mañana tenemos un Consejo de Ministros al que no puedo faltar. Hay asuntos delicados y tengo que estar presente. Después del Consejo haré lo que ustedes me piden. Me meteré en cama y pasaré en reposo todo el fin de semana, pero mañana no, mañana debo cumplir con mi obligación por mucho que ustedes quieran convencerme de lo contrario.

––Excelencia creo que no nos ha entendido bien o quizá todos nos hemos expresado mal. Usted no está para hacer lo que se propone. Lo que le está pasando es grave, muy grave y debe de hacernos caso, por su propio bien. Para evitar males mayores ––le espetó Vital.

––Pero…¿Tan grave es lo que me pasa, doctor? –– preguntó el paciente después de procesar por un tiempo la mala noticia que acababa de recibir.

––Tan grave como que se puede morir ––sentenció Vital.

Las miradas de unos y otros se acribillaron entre sí mientras esperaban angustiados la reacción del paciente. Cristóbal miró a Vital con reprobación como dándole a entender que otra vez se había vuelto a exceder.

––Gracias por su sinceridad. doctor ––dijo al cabo de un rato en el que no movió un solo músculo ––, pero mañana no podrá ser. Ya les he dicho que tengo graves asuntos entre manos que no puedo delegar en nadie. Cuenten conmigo para el fin de semana pero mañana déjenme libre. Resueltamente, no podrá ser.

Me parece que ya te he dicho que el paciente no fue mal enfermo. Era obediente y bastante disciplinado, excepto cuando se le pedían cosas que él creía que atentaban decididamente contra su modo de vivir y actuar. Por ahí no pasaba. Se le notaba que algún día debió de ser cabo porque, al menos en lo que se refiere a su comportamiento con nosotros, fue siempre firme en el mando y graciable en lo que podía. Y no había alternativas. Si decía que no, era que no, te pusieras como te pusieras. A mí me las hizo pasar muy mal cuando unos días más tarde se tiró de la cama para recibir en su despacho al Presidente de las Cortes. En sus dependencias privadas sólo recibía a su familia íntima y a los que cuidábamos de su salud, bueno y al Príncipe en un par de ocasiones, pero a nadie más. Le insistí que, pese a recibir a Rodríguez de Valcárcel, no debería moverse de la cama. Pedí la intervención de la enfermera, la ayuda de Juanito y hasta la del coronel ayudante, pero no hubo forma. Se vistió de gris y a las siete menos diez ya estaba sentado en su despacho. El Presidente de las Cortes me pareció un tipo simpático; menguado de estatura, largo de palabras y calibradamente amable. Mientras hablaba se atusaba continuamente un cuidado y extrafino bigote de corte falangista. Mientras esperábamos, le previne sobre el delicado estado de salud del Generalísimo y le alerté, consecuentemente, sobre la conveniencia de no perturbarle con problemas excesivos. “No se preocupe doctor, me dijo, tan sólo vengo a que me firme un par de documentos de trámite y a comentarle un par de hechos de la menor importancia. Además, añadió, estando usted aquí con todo ese utillaje tan moderno, nada malo puede pasarle”, bromeó. La entrevista no duró ni un cuarto de hora, pero no fue baldía. Unas horas más tarde le pasaría su factura en forma de angustiosa angina. Pero ya llegaremos a ella más adelante.

A la misma hora que al general le daban las malas nuevas en El Pardo, yo pasaba la visita de la tarde en la reanimación de cirugía cardíaca de La Paz. Alguien llevó la noticia de que Franco o había muerto o estaba a punto de hacerlo. Eran demasiado sospechosas las palabras que Vital le había dirigido a Cristóbal desde el antequirófano aquella mañana. Todos las habían escuchado. Estaba además la salida intempestiva de los tres médicos juntos. Vivíamos en la España del rumor y la sospecha, el general era muy viejo y nada, en aquel contexto, podía resultar extraño ni extraordinario. Lo que nadie podía intuir era lo extraordinariamente larga que iba a resultar la agonía de aquel hombre.

Eran más de las nueve de la noche cuando Mínguez apareció por reanimación. Me pidió, sin darme explicaciones, que le ayudase a preparar un botiquín con material y medicamentos cardiovasculares de urgencia.

––Son para El Pardo, ¿no es cierto? ––le dije mientras rebuscábamos sin testigos en la farmacia del servicio.

––Son para El Pardo ––sentenció, mientras se atusaba distraídamente el bigote. Te esperan mañana sobre las doce del mediodía, añadió. El jefe quiere que estés allí. No llegues tarde. Por ahora no te puedo decir más. Y desapareció a toda prisa.

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OBRA LITERARIA:

  • “El amor en los tiempos del chat” Editorial Planeta. 2000. Colección de Autores Españoles e Hispanoamericanos.
  • ”Con Anthina en los sueños”. Fondo editorial Anroch 2004
  • “El paciente de El Pardo”. Editorial Rey Leal (2004) y Real del Catorce (2009). http://www.amazon.es/El-paciente-Pardo-imprevisible-ebook/dp/B00865VZXM/ref=sr_1_1?s=digital-text&ie=UTF8&qid=1364731480&sr=1-1
  • “Conejillos de Indias”. Editorial Homo Legens. (2.010)
  • “La Palmera de Damasco” (Editorial: Teloedito. Ed.2011)
  • “Hora y media a Manhattan” (Bubok.ed.,2010)
  • “El Declive” (Teloedito ed., 2011)
  • “El árbol de las raíces cuadradas” (Teloedito. Ed., 2011)
  • “Versos con anverso y reverso de estilo perverso” (Teloedito. Ed. 2011)
  • “En los lugares de la inocencia perdida”. (Terminada).
  • “Adanes y Evas” (En preparación)

COLABORACIONES, ACTIVIDADES Y SOCIEDADES

  • Vicepresidente de la Asociación Española de Médicos Escritores y artistas. (ASEMEYA)
  • Miembro de la Asociación Española de Escritores y Artistas.
    Miembro de la Asociación Española de Farmacéuticos de Letras y Artes.
  • Colaborador habitual del diario digital la Gaceta.es e Intereconomía.com (Blog: “Entre pecho y espalda”).
  • Director y presentador del programa “Viviendo la Vida” de Radio Intereconomía.
  • Actualmente presentador en Radio Inter: de “Cita con su Médico”, un programa de divulgación médico-científica y co-presentador del programa “Saludable” de Radio Intereconomía.
  • Colaborador habitual en Intereconomía TV del magazine “Qué bien te veo”. Editor de Teloedito.com (servicio editorial on line). Colaborador de diversas publicaciones literarias.
PREMIOS Y DISTINCIONES
  • Finalista del Premio Planeta 1999 por la novela de ficción “El amor en los tiempos del chat”. Publicada por Planeta (Colección de Autores Españoles e Hispanoamericanos 2000)
  • Finalista del Premio Planeta 2000 por la novela de ficción “La piel porosa del caracol”.
  • Finalista del Premio de Novela “Felipe Trigo 2010” por la novela: “Hora y Media a Manhattan”.
  • Primer Premio de Literatura en verso de la Asociación de Farmacéuticos de Artes y Letras 2.012 por la obra “Nostalgias del alma”.
  • Segundo Premio de Literatura en Prosa de la Asociación de Farmacéuticos de Artes y Letras 2.012 por el relato breve “La edad invisible”. [/toggle]

 

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2 Comentarios

  1. Felicidades a José Luis por estas reseñas, que suscribo, porque cuando empecé el libro me atrapó. Yo había vivido la historia al otro lado y me gustó conocer lo que se cocía mientras la calle esperaba. El autor derrocha humanidad al margen de consideraciones políticas. Es un libro imprescindible para conocer un episodio de la historia que cambió a España.

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