
Después de una pausa volvemos con un nuevo autor de nuestra lista de verano. En el caso de hoy hablamos de una mujer, hablamos de Judith Priay.
Licenciada en Documentación y Diplomada en Biblioteconomía y Documentación. Es autora de varias novelas de ficción contemporánea, histórica, de fantasía y ciencia ficción; seis de ellas a la venta en Amazon a nivel internacional desde 2012. Sus novelas han alcanzado las listas de los libros más vendidos, tanto en Amazon España como en Amazon.com.
Su actividad literaria se extiende a los microrelatos y relatos, que ha publicado en diferentes medios en papel y digitales. También realiza un espacio literario en una radio de ámbito local, donde comenta cada semana diferentes obras literarias y sus eventuales adaptaciones cinematográficas.
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Además de la novela que os presentamos hoy, La nueva reina del baile, Judith ha publicado mucho más, es importante decir que todas sus novelas están disponibles a nivel internacional.
Romance contemporáneo
- La nueva reina del baile
Romance histórico
- La casa de las brumas
Fantasía y ciencia ficción
- Saga “Lectores de almas”
Volumen 1: La lectora de almas
- Saga “Hermandades”
Volumen 1: La mano de la hechicera
Volumen 2: Hermandad de brujos
- Saga “Lunas”
Volumen 1: Luna de exilio
No os hacemos esperar más, aquí tenéis la sinopsis de La nueva reina del baile.
Amanda O’Sullivan es una escritora de bestsellers de novela histórica romántica. Inteligente, bella y culta, está en la cúspide de su carrera profesional, siempre ayudada por su manager y mejor amigo Gideon Compton; un brillante estudiante que conoció en Harvard. Sin embargo, en lo personal sigue atrapada por su pasado, el que dejó antes de la fiesta de graduación en su pueblo de origen, Coldriver. Por culpa de ese pasado se ve incapaz de mantener una relación con un hombre, temerosa de sufrir un nuevo rechazo.
Diez años después de aquel baile de graduación fallido, Amanda vuelve para reencontrarse con la antigua historia de amor que dejó pendiente, la de Joss, su amigo de la infancia que prefirió quedarse con Sharon, la animadora más bella del instituto. Joss y Sharon se casaron y tuvieron cuatro hijos, pero lo que ambos creyeron que sería un noviazgo perfecto se convirtió en un matrimonio fallido en el que ambos se culpan mutuamente de no haber alcanzado sus sueños.
Mientras Amanda se reencuentra con el pueblo que dejó atrás, Gideon comienza a mostrar sus verdaderos sentimientos por ella, los que lleva años ocultando bajo el disfraz de la amistad.
Pasado y presente se juntarán, y Amanda esta vez no podrá huir, sino que tendrá que enfrentarse a sus y tomar la decisión definitiva.
Y ahora sin más rodeos os presentamos las primeras páginas de la novela.
La nueva reina del baile
Amanda
Amanda O‘Sullivan descendió majestuosamente de la limusina, con una elegancia y una sonrisa perfecta que parecían innatas pero que le habían costado una fortuna en clases de protocolo. Los últimos minutos, justo antes de vislumbrar las primeras casas del pueblo, se había cepillado una vez más el cabello, consiguiendo que sus bucles rojizos ondearan perfectos sobre su blanca tez. Asimismo, se había retocado las sombras, de unos suaves tonos violetas que hacían destacar sus ojos de un verde intenso rematados por una máscara de pestañas negra. Las pecas que durante tantos años le habían molestado por hacerla parecer infantil, ahora ayudaban a conferirle un aspecto juvenil, rematado por un poco de colorete rosa y una base de maquillaje del mismo color que su piel natural. Sus labios eran rojizos por el carmín, de un tono que resultaba sexy y elegante a la vez. La chica que una vez no supo ni ponerse el pintalabios se había convertido en una maestra del auto maquillaje. Como le había confesado una vez a su peluquera y maestra, si quería estar siempre perfecta no podía estar pendiente de su asistenta, ella misma tenía que ser capaz de lograrlo.
Cuando sus pies tocaron tierra, se alisó automáticamente la falda, impidiendo así que pudieran fotografiarla con algún error en su imagen. Miró a su alrededor y, al ver toda aquella gente esperándola, sintió por primera vez en años que iba a desfallecer. Antes de que ella misma se diera cuenta, Gideon, su mánager, la tomó como por casualidad del brazo y la sostuvo tanto con esa mano amiga como por la mirada cómplice que intercambiaron. Gideon la sujetó un poco más fuertemente, sin poder evitar dejarse llevar por la preocupación. Si “la princesa de hielo” estaba así a los pocos minutos de llegar a su pueblo, no quería ni imaginar que sucedería después. La princesa de hielo… Amanda en la intimidad era lo más alejado posible a ese calificativo. Era dulce, cariñosa, algo nerviosa y tenía una facilidad extraordinaria de mostrar sus sentimientos a través de las palabras, tanto cuando escribía como cuando estaba rodeada por sus amigos más íntimos. Sin embargo, en las ruedas de prensa y las presentaciones de libros, Amanda comenzaba a temblar y no sabía qué decir. Por ello, había tomado aquellas clases de protocolo que la habían convertido de cara a la galería en una princesa serenísima, tan educada como fría y distante. Pero ahora, con toda aquella gente con la que había compartido su infancia y adolescencia rodeándola, y con el pasado amenazando con devorarla, parecía que la verdadera Amanda resurgía entre la coraza de hielo. Y no estaba muy seguro de que eso fuera bueno.
Él nunca había estado de acuerdo en ese retorno. Quizás como mánager debería estarlo, aquella visita a sus raíces era una gran publicidad para su clienta, la más famosa escritora de bestsellers de novela histórica romántica de los últimos tiempos. Sin embargo, como amigo, sabía que aquello era un error.
La miró una vez más, observando a una mujer que había aprendido a mostrar su belleza al mundo a la vez que sus grandes dotes de novelista. Sin darse cuenta, le pasó la mano levemente por la cintura, sintiendo la suave piel bajo la fina y sedosa tela de la blusa; y experimentando de nuevo todas las emociones inadecuadas que en él se despertaban cada vez que la tocaba.
Ella le sonrió, pero no era la sonrisa amable de costumbre, sino más bien un rictus que se parecía demasiado al que “la princesa de hielo” hacía cuando no estaba a gusto pero no quería mostrar sus sentimientos. Y no lo estaba. Amanda había soñado más tiempo del que recordaba con aquel día, con su brillante regreso, y ahora que toda aquella gente la vitoreaba y la esperaba emocionada; ella solo podía recordar su último día en Coolriver. Todo había sucedido hace mucho tiempo, sin embargo, el pasado venía a su mente y a su corazón en oleadas como si de ayer mismo se tratara. Diez años habían pasado desde entonces, desde que había huido del pueblo porque el chico de sus sueños, el amor de su vida, le había dicho que nunca la amaría.
Sintió un escalofrío y vio como Gideon le tendía amablemente unas gafas de sol. Sí, convino, las necesitaría, no solo para afrontar el luminoso día que tenía por delante, sino porque no estaba preparada para que nadie ahondara en la tristeza repentina de sus ojos.
Sharon
Sharon Levins observó cómo sus manos se crispaban sobre el fregadero mientras su marido hablaba. Hace años, habían sido las manos suaves y de manicura perfecta de la jefa de las animadoras, de la reina de baile de final de curso. Ahora, las horas pasadas en la peluquería lavando cabezas y continuamente bajo el efecto del agua, las lacas y los secadores habían hecho mella en ellas. Se veían descuidadas, envejecidas prematuramente como había sucedido con las de su madre, también peluquera. Añoró por un segundo aquellos rojos brillantes con los que se decoraba las largas uñas en la adolescencia, ahora las llevaba prácticamente al ras, evitando así que se le rompieran o se vieran desgastadas. No se volvió mientras su marido seguía hablando, y tampoco cuando le contestó conteniendo la furia:
—No podemos ir esta noche a esa maldita cena. Te recuerdo que tenemos cuatro hijos a los que cuidar.
Una risa irónica se dejó oír por toda la cocina.
—Vamos, Sharon, ¿De verdad vas a intentar jugar otra vez a la carta de los niños? Sabes perfectamente que tu madre puede cuidar de ellos.
—Mi madre estará agotada de la peluquería. Por culpa de esa fiestecita que se ha inventado el alcalde tenemos un montón de reservas. De hecho, yo también lo estaré. Así que te tocan a ti.
—Sharon, supongo que no crees que soy tan imbécil como antes, ¿Verdad? Me da igual si estás cansada o no, fue tu decisión tener cuatro hijos. Además, ¿De qué te quejas? Todas esas clientas son dinero contante y sonante, lo cual nos irá muy pero que muy bien.
Su dañino comentario la hizo girarse, totalmente fuera de sus casillas. Joss la miró, intentando recordar a la animadora por la que una vez se había vuelto loco, aquella muchacha rubia exuberante que había conseguido que lo dejase todo por ella. La mujer que ahora pretendía prohibirle que acudiera a la cena en honor de su amiga era como una extraña. Había engordado terriblemente y, donde antes hubo curvas apetitosas, ahora solo había michelines, celulitis y estrías. El color rubio, fruto de tintes desde que tenía catorce años, había resecado su cabello de forma que ahora parecía un estropajo. Lo llevaba recogido en una coleta, y los mechones que caían ya no acentuaban su belleza como antes, sino que le daban un aspecto aún más descuidado. Llevaba puesta una camisola amplia y unas desgastadas zapatillas de estar por casa. Sus rasgos, aunque habían sido bonitos, se habían ido difuminado por la obesidad, y sus ojos marrones se veían hundidos por las ojeras. Por fin entendía por qué su padre siempre le había dicho que tenía que mirar más allá del físico, que debía buscar una mujer con la que compartir no solo la cama sino también la vida. Pero lo que era fácil de entender ahora, había sido imposible con las hormonas revolucionadas de los dieciocho años.