Una de las cosas más peligrosas del verano es que es tiempo parece ralentizarse, que debido al calor su tic-tac es más lento. Consecuencias hay muchas pero las una de las más peligrosas es cuando la noche se alarga en horas y nuestro cuerpo se transforma en un recipiente de alcohol que paso a paso va llenando y acumulando grados para esa terrible sensación que al día siguiente nos golpea en la cabeza: la resaca.
Y en ese estado de cataclismo corporal y mental sólo nos quedan los pensamientos, que están lejos de ser inteligentes, para recordarnos qué hicimos el día anterior y sobre todo repetirnos a nosotros mismos durante horas «nunca más» pero…como sabemos, eso es un imposible.
Aquí tenéis las trece preguntas más normales que nos hacemos cuando estamos muertos:
- ¿He muerto?
- No, ahora en serio, ¿cómo es posible que no esté muerto?
- ¿Dónde está el Iboprufeno?
¿Qué pasó anoche?
¿Y bebimos tanto? Yo creo que no…
- ¿Por qué le escribí todo esto de madrugada?
¿Y por qué tenemos tantos selfies?
¿De dónde han salido estos moratones?
Vale, ¿y cómo fui capaz de llegar a casa?
¿Hice mucho el ridículo?
En algún momento tendré que levantarme, ¿no?
¿Por qué nadie me trae un buen desayuno a la cama?
¿Me merezco yo eso?
Conclusión: Nunca más vas a beber, verdad?
Ahora ya la decisión es tuya, ¿pensarás antes de beber?
Artículo sacado de www.theidealist.es