
En Revista Habla seguimos con lecturas para ayudarte a practicar tu español. Lecturas más literarias para intentar entretenerte un poco. En este caso, te traemos un texto con una bonita historia y… bueno, algunas preguntas para saber si has comprendido bien todo el texto.
Si estás preparada/o, el texto comienza a continuación:
Su voz a través de un teléfono fue lo único que hizo falta para matarme.
Hacía quince años que no sabía nada de ella. También hacía quince años de los mejores momentos de mi vida; de vinos en la azotea mientras nos regalábamos caricias y de carcajadas comentando las caras graciosas de los cuadros renacentistas de los museos.
Su voz endulzaba todo lo que decía y hacía que frases como «les debo mucho dinero» o «van a venir a por mí» pareciesen la mejor poesía jamás escrita. Podía ver sus labios color pintalabios violeta —y es que este era su color preferido— moverse a cámara lenta cuando decía «te necesito».
Tras arrancar el post-it donde había apuntado rápidamente la dirección que me había dicho escribí en otro: «He tenido una emergencia en el hospital. No me esperes despierta». Lo pegué en la nevera y cogí las llaves del coche.
. . .
No me sorprendió ver que la dirección que me había dado pertenecía a una galería de arte; al fin y al cabo, ella siempre había sido la bohemia y la que siempre hablaba de la vida como si fuese una obra de arte. Empujé una antigua puerta de madera que se encontraba entreabierta y caminé a oscuras por un pequeño pasillo que conducía a una sala más grande. Cuando llegué a la sala la vi, iluminada por una luz y atada a una silla. A sus espaldas, tres hombres con traje; uno de ellos con una pistola apuntando a su cabeza.
Incluso en esa situación, no pude evitar sonreír al mirarla. Su sombra de ojos violeta caía por su cara al ritmo de sus lágrimas, pero aún así sus ojos seguían hipnotizándome. Ella me devolvió la sonrisa y durante un instante fue como si no hubiese pasado tiempo, como si no hubiésemos estado quince años sin vernos y siguiésemos siendo aquellos jóvenes deseosos de vivir.
– ¡Eh, capullo!, ¿me escuchas? Tira el maletín con el dinero si no quieres que nos carguemos a la chica-. Las palabras del hombre de la pistola me devolvieron a la realidad. La única experiencia que tenía en estas situaciones era de películas que había visto de joven, así que les dije que primero la soltasen. Sorprendentemente, accedieron y la soltaron —probablemente porque eran los únicos armados en toda la sala—, así que no vi ningún motivo para no lanzarles el maletín.
Ella corrió hacia mí y me abrazó, pero yo seguía con la mirada fija en los tres hombres, que ahora parecían discutir entre cuchicheos.
– Gracias por venir… sabía que no me abandonarías- dijo mientras me abrazaba con fuerza el cuello.
El hombre de la derecha no había guardado su pistola y sonreía mientras me miraba. Parecía que la discusión entre ellos había terminado.
-Nadie dijo que no pudiésemos divertirnos.
Todo ocurrió muy deprisa. En segundos que parecieron horas estábamos corriendo y las balas silbaban a nuestro alrededor. Las carcajadas del hombre de la pistola —aunque ahora los tres tenían las pistolas desenfundadas— retumbaban por toda la galería. Corrimos hasta llegar a una puerta y la cerramos con llave tras nosotros. Y todo para ver que estábamos en un baño y no había salida.
– Bueno, al menos hemos tenido suerte-. Ella siempre había sido una optimista empedernida, pero esto era demasiado.
– Hemos tenido suerte -repitió, mientras sacaba una cajita de un cajón-. Siempre me ha gustado tener esto aquí, por si acaso-. Y mientras me sonreía sacó dos píldoras violetas y me puso una en la mano.
Sonreí. Sabía lo que tramaba.
-¿Un último brindis?
Tragamos las píldoras a la vez, mientras nos mirábamos a los ojos y nuestras manos se entrelazaban. Nuestros labios se fundieron en el último beso que nos daríamos nunca. Un último beso que sabía como el primero. No existía nada más, ni los gritos al otro lado de la puerta, ni el in crescendo de las sirenas en la lejanía. Nada.
La luz me cegó al abrir los ojos: estaba en una habitación de hospital. La cama de al lado estaba vacía y, en mi mesita, un sobre con la marca de unos labios sobre él. Unos labios color violeta.