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Una semana más y un aquí llega una entrega más de esta historia de Sergio Moran que empezamos hace dos semanas. Si no has leído el principio, lo tienes aquí. Y la parte anterior a esta, aquí.

Me lo había dicho hacía diez años en un autobús con una ruta similar. Aunque aquella vez era diferente. Por aquel entonces quería pensar que el número trece no me traería mala suerte. Ahora quería pensar que el número treinta y nueve sí lo haría.

Era mi número de la suerte, o al menos lo había sido cuando iba al colegio, si no recordaba mal. Tras llevarlo como el número de alumno durante varios años seguidos, decidí adoptarlo como número de la suerte. ¿O era el treinta y seis? No estaba seguro, hacía tiempo de aquello. Pero no. Tenía que ser el treinta y nueve. Necesitaba que fuese el treinta y nueve.

Por lo apresurado del viaje no había podido escoger asiento, y por primera vez había cambiado mi trece por el treinta y nueve. Así que confiaba en que fuese una señal y mi número de la suerte cumpliese su propósito. Necesitaba toda la suerte del mundo.

Para ser exactos, Ana la necesitaba.

Volví a mirar la diminuta pantalla gris de mi teléfono móvil. Hacía unas cinco horas que se había quedado sin batería, pero tenía fe en que si seguía mirándolo, despertase, en un esfuerzo heroico para volver a sonar una vez más.

– ¿Estás bien?

Miré a la chica que estaba sentada a mi lado. Se acababa de montar en el autobús, tras una breve parada en Tudela, y ocupaba la plaza cuarenta. Tenía más o menos mi edad, y en otras circunstancias me habría parado a pensar si era guapa o no. Pero no ahora. Ahora tenía demasiadas cosas en mi cabeza.

– Sí, claro, estoy bien… – mentí a pesar de que mis ojos rojos y mi expresión gritaban la verdad.

– Llevas mirando más de quince minutos al móvil. ¿Esperas una llamada?

– Sí – respondí, sin esforzarme en parecer amable.

– ¿Has probado a encenderlo? Dicen que da suerte.

Se me escapó media sonrisa. La primera en las casi ocho horas que llevaba de viaje.

– Estoy sin batería…

– Sí, la batería de estos cacharros no dura ni una semana… ¿Es una llamada importante? – la miré por primera vez a los ojos, casi sorprendido por la pregunta.

– Una… una amiga, ha tenido un accidente. – el rostro de la chica cambió al escuchar mis palabras. Sin decir más, buscó en su bolso, y no tardó en sacar otro teléfono móvil y ofrecérmelo.

– ¿Te sabes el número? Toma, usa el mío.

– ¿Seguro? – el rostro de la chica casi rozó la indignación ante la pregunta.

Se lo cogí con una sonrisa de agradecimiento. Mi mano marcó el número de Ana tan rápido y apretaba los botones tan fuerte que por un instante temí por el aparato. Tras varios segundos de agonía un repetitivo tono me advirtió que el móvil al que llamaba no se encontraba disponible.

– No lo coge… – le devolví el móvil a la chica, y a cambio ella me devolvió la mirada, con gesto de lástima.

– ¿Quieres llamar a alguien más? ¿Quién te ha avisado?

– Su novio, me llamó por teléfono, pero no me sé su número.

– Lo siento mucho ¿Sabes qué tal se encuentra?

Negué con la cabeza. No sabía nada, ni cómo estaba, ni qué había ocurrido, ni el hospital… Llevaba un par de semanas sin saber nada de Ana. No hablábamos tanto desde que habíamos decidido separarnos al acabar la carrera. Nos seguíamos viendo, éramos igual de amigos que antes de empezar a salir, o incluso más. Seguía yendo a visitarla, e incluso seguía llevándole flores una o dos veces al año en cada viaje. Seguí el consejo de la mujer que conocí en el autobús cinco años antes. Por suerte, el actual novio de Ana era un antiguo compañero mío de la facultad y el gesto de las flores no despertaba celos. A otro le costaría entenderlo. Incluso a mí me costaba. Pero a él no, era consciente de que las flores eran una cosa nuestra.

Las flores… recordé. Esta vez no se las llevaba, otra tradición rota, como el número de asiento. No era supersticioso, pero parecía un buen momento para empezar a serlo.

– Dame tu móvil – Dijo. Salí de mis pensamientos y miré a la chica del asiento de al lado. Había desmontado su móvil y ahora me pedía el mío con intención similar. La miré confuso. La chica señaló al logo de mi carcasa.

– Somos de la misma compañía de teléfonos, tu tarjeta funciona en el mío, y tiene todos los números. Así podrás llamarlo y averiguar qué tal está.

No me atreví a poner en duda su amabilidad por segunda vez, y empecé a desmontar el móvil. Nervioso introduje mi tarjeta en el suyo y lo encendí. Busqué el número del novio de Ana, y llamé.

La chica del asiento cuarenta me miraba, ansiosa.

Continúa…

Vocabulario:

adoptarlo (adoptar): tomar, aceptar, asumir, hacer de una cosa algo propio.

apresurado: rápido, inesperado y sin planear.

propósito: objetivo, intención.

montar: subir a un transporte, viajar a caballo.

cacharros: (despectivo) aparato, máquina.

salir [con alguien]: ser novios.

introduje (introducir): meter, poner algo dentro de otra cosa.

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