
Continuamos con la historia de Sergio Moran que empezamos la semana pasada. Si no has leído el capítulo anterior, lo tienes aquí.
Posé las flores en el compartimento de las bolsas, y las tapé con mi cazadora para protegerlas. Volví a sentarme, y el autobús arrancó de nuevo con un ruido similar al que haría un elefante ronroneando.
Me senté, satisfecho, y volví a mirar la plaquita metálica con el número trece. Para mí ya no representaba un número relacionado con la mala suerte, era mi asiento. Y lo había sido los últimos cinco años, en cada visita a Ana.
Era casi una tradición, como lo era llevarle un ramo de claveles. No eran su flor favorita, ni siquiera eran de su color favorito, pero el señor de la pajarita había tenido razón años antes: No era el ramo, era el gesto. Y no podré olvidar la sonrisa con la que los recibió. Tardó seis viajes en confesarme que no eran ni su color ni su flor preferidos, pero para entonces ya era tarde, y el ramo de claveles rojos era la mascota oficial de nuestros encuentros.
– ¿Son para una chica?
Miré sorprendido a la mujer del asiento 14. El señor que conocí en mi adolescencia ahora era una chica de treinta y pocos, y la pajarita ahora era un bebé de apenas un año que dormía tranquilo en su regazo.
– Sí – respondí sonriente.
– Ojalá mi marido tuviese esos gestos conmigo. – suspiró la mujer del bebé con un gesto melancólico quizás demasiado exagerado – ¿Es tu novia?
Asentí, ladeando la cabeza. Ana y yo teníamos algo, estaba claro, pero la palabra novios aún se nos atragantaba. Era difícil decir que estabas saliendo con alguien cuando vivías a casi mil kilómetros de esa persona. Lo único que podíamos hacer era vernos dos o tres veces al año, y mantener largas y caras llamadas de teléfono.
Pero este viaje tenía el propósito de poner fin a esta situación. En mis brazos sostenía una carpeta con los papeles necesarios para inscribirme en la universidad de Barcelona, por primera vez Ana no era el único motivo de mi viaje.
Al menos no directamente, ya que sí que era el motivo de que hubiera escogido una universidad tan lejos de mi vida. Se acababa la relación a distancia, se acababan esas increíblemente tristes despedidas en la estación, las largas llamadas que acababan con alguno de los dos acababa llorando.
Abracé a la carpeta tan fuerte y con tanto cuidado como la mujer del asiento de al lado sujetaba a su bebé.
– Hazme un favor. – siguió hablando, sacándome de sus pensamientos. Pase lo que pase con ella, aunque llevéis diez años casados, sigue llevándole flores. Te lo agradecerá.
No era un señor de amable sonrisa, y el bebé que comenzaba a llorar en sus brazos no era desde luego una pajarita. Pero su tono era tan sincero que no pude evitar acordarme de él. En honor a su recuerdo, decidí apuntarme el consejo de la mujer.
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[…] Relato: Números sin importancia (II)Posted 3 semanas ago […]