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Para muchos, la palabra cuento sólo sugiere cosas como los relatos escritos por Charles Perrault, los Hermanos Grimm o H. C. Andersen. Sin embargo, el cuento es algo más. Hay un cuento moderno que en España se ha mantenido en evolución y que se ofrece a los lectores  «refinados», a esos que estarían en las antípodas del lector «común», interesado por las novela «best seller».

Y Medardo Fraile es un maestro de este cuento. Tuve la suerte de aprender de él y su «aprendiz» José María Merino durante un taller de cuentos impartido en la Universidad Internacional Menédez Pelayo, en su sede de Santander. Entre sus muchas enseñanzas, que absorbí como una esponja porque quería escribir mucho y muy bien, una destaca por encima de todas:

«La novela puede tener hojas de relleno, el cuento ni una sola línea superflua»

Y es que no es sólo por la idea de la brevedad, es que en el cuento que sigue este planteamiento las palabras están porque transmiten algo directo, un ingrediente a la historia, un matiz al personaje. Pero el cuento así escrito da trabajo al lector, un lector que quiere crear y participar y que, mientras lee, completa con su propia imaginación esos huecos que el autor ha dejado. El aspecto del personaje, su pasado, relaciones personales… si no están en el cuento es porque no aportan nada básico al relato y, sin embargo, el lector puede ponerlo de su parte.

Medardo Fraile ha muerto el pasado 10 de marzo pero te dejo que lo conozcas mejor.

Un relato: El álbum

A continuación, para todos vosotros, un cuento. Espero que lo disfrutéis.

Entraron aprisa en el café y se sentaron. La impaciencia les encendía los ojos al dejar el paquete sobre la mesa. Ella, apenas sentada, comenzó a abrirlo, mirando con amor, alternativamente, la cinta roja sobre el papel y el rostro de él con ligero orgullo protector y expectante. 
-¿Qué van a tomar?
-Café con leche. ¿Y tú?
-Lo mismo.
En la mesa apareció con pastas de color azul marino, como el traje de los días señalados, el álbum de las chocolatinas. Era un gran día. Habían hablado de él como se habla de cuando llegará un niño. Aquel álbum representaba el tesón del novio en su niñez, que había reunido una estampita tras otra hasta cubrir todas las ventanillas sin paisaje de aquel libro difícil. 
Sus compañeros de colegio -él lo recordaba- habían dejado en el álbum huecos de desamor y desidia. Y el álbum, ahora flamante sobre la mesa, mostraba la solicitud en el tiempo de un hombre cuidadoso, fiel toda su vida a sus más inocentes alegrías, al objeto de su ilusión más nimia. Para la novia, aquel álbum implicaba tesón y constancia. Tenían sobre la mesa el café con leche del amor humilde, pero tenían también dentro del libro las maravillas todas del Universo, y se pusieron a deshojarlas con lentitud amorosa, como si en ello les fuera su felicidad, el sí o el no. 
-No: hoy «Las Mariposas», no -decía ella con tremendo gozo-. Hemos visto ya «Los Grandes Inventos». 
Cada hoja les aproximaba, día tras día, un poco más. El día de «Las Mariposas», ella balanceó sus pestañas en el aire hacia un hombre joven que estaba enfrente sentado, y él-el novio&- tuvo celos. Pero ella ni había mirado siquiera a aquel hombre: quería simplemente mariposear con sus finas pestañas. El día de «Las Aves Domésticas» proyectaron un canario naranja transparentándose en el hogar que tendrían, en la ventana con sol: «Mejor, blanco», insinuaba él. «No, tiene que ser naranja», decía resuelta ella, entornando los ojos como si le dañara el agridulce color del pájaro. En «Las Aves Exóticas» pusieron sobre el pelo de ella, suave, un sombrerito atrevido de vistosas plumas en una tarde con risa en el mundo, y champaña y «confetti». En «Flores para Regalo» él la obsequió con doce tulipanes para que no olvidara alguna cosa. Al llegar a «Animales Prehistóricos», tuvo ella miedo y se acercaron más. Él quiso continuar más días viendo «Los Animales Prehistóricos», pero ella se negó y entró en la hoja rutilante de»Las Piedras Preciosas». Ante «Las Piedras Preciosas» él anduvo receloso por sentimiento atávico. Veía en los ojos de ella cierta cortesana desfachatez, ciertas desmesuradas pretensiones, que le tuvieron en desazón toda la tarde y que interpuso entre ellos una pastosa frialdad anfibia. En «Las Algas» enredaron sus dedos, manos, brazos, miradas y palabras. Con «La Evolución del Automóvil» lo pasaron bien, dieron saltos y frenazos bamboleantes sobre sus sillas. Con «Las Fieras» se identificó ella de tal forma, que los ojos se le llenaron de instinto y él se encontró como un domador trágico que de un instante a otro podía perecer. Con «La Fauna del Mar» cruzaron una y otra vez por los ojos de él y de ella los peces cariñosos, perezosos, suaves, del amor, y estuvieron pasando toda la tarde mansa, humildemente. Al llegar a «Las Frutas», ella, con un rubor, posó su mano sobre las manzanas para que él no tuviera ningún pensamiento avanzado, para que no pensara como Adán. 

Terminaron el álbum, y estaban tostados y palpitantes como después de un largo viaje. Era como si volvieran con los mismos recuerdos de una luna de miel respetuosa. Ella esperó todos los días -sobre todo el último- a que él dijera: «El álbum para ti, te lo regalo.» Pero no lo hizo. Llenar aquel libro de cromos había sido la gracia de su niñez, le había proporcionado entrada de honor en todas las visitas. Y cogió su álbum y se lo guardó. Ella, de haberlo tenido, le habría devuelto su regalo en palabras llenas de entendimiento y colores, en experiencia del mundo, en primores de planta y honduras de mar. Pero así las tardes fueron enfriándose, se aburrían y hacían tos de las palabras rotas. Y un día ella -que se había enamorado de aquel álbum- le dijo adiós a él. Y él tendrá que sacarlo de nuevo en su vida, cuando llegue la hora, sin atreverse a regalarlo nunca.

(fuente: http://www.epdlp.com/texto.php?id2=2723)

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Profesor que escribía

Medardo Fraile nos deja pero queda con nosotros su obra, la obra de un Doctor en Letras por la Universidad de Madrid en 1968 pues el escritor se dedicó profesionalmente a la docencia, actividad que ha cumplido en paralelo con la de narrador de cuentos y articulista. Desde 1964 vivía en Escocia, y fue profesor de español en la Universidad de Strathclyde (Glasgow).

Fue compañero de generación del medio siglo, junto con Ignacio Aldecoa, Carmen Martín Gaite, Sánchez Ferlosio, Ana María Matute o Jesús Fernández Santos, entre otros, antes de emigrar fue cofundador de «Arte nuevo», primer grupo de teatro experimental de la España de posguerra, con Alfonso Sastre y Alfonso Paso.

Ha colaborado en un incontable número de diarios y revistas, dentro y fuera de España, y ha publicado más de treinta libros -cuentos literarios y juveniles, novela, colaboraciones de prensa, estudios literarios, teatro, ensayo-, los últimos de los cuales han sido «Contrasombras» (1998), «Ladrones del Paraíso» (1999), «La letra con sangre» (2001) y «Entradas de cine» (2008).

Ha recibido reconocimientos como Premio Sésamo (1956), Premio Nacional de la Crítica (1965), de La Estafeta Literaria (1970) y Hucha de Oro (1971).

 

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Profesor de español desde 2006. Siempre interesado en la creación y en la difusión de la palabra escrita empecé en el instituto editando la revista del centro hasta que se convirtió en un fanzine independiente. He trabajado en la escuela de español Instituto Español Sin Fronteras, la Universidad Leon Kozminski y Jezykopolis en Varsovia y actualmente colaboro como profesor en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Intento colaborar como moderador en varios grupos de profesores de español en Facebook y también creando materiales para www.ProfeDeELE.es

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